Los gustos personales no siempre venden
En el mundo del diseño, como en cualquier trabajo de carácter creativo, los profesionales tenemos a veces un duro reto: demostrarle al cliente que su idea original o sus gustos personales respecto a un diseño no son los idóneos para vender o un uso comercial. Esto se debe, mayoritariamente en el desprestigio que ha sufrido el diseño como profesión en los últimos años, debido al intrusismo de muchas personas que se cuelgan el cartel de «diseñadores» por tener cierta idea de dibujo.
Una profesión académica
El diseño es una actividad de estudio, fundamentada y reglada por carreras o ciclos formativos. Un diseñador ha de conocer las tendencias del mercado, la teoría de la composición, el estudio de la armonía de colores, las diferentes emociones que produce la tipografía… y así un largo etcétera. A través de este razonamiento llegamos al título de este post: los gustos personales son eso, personales, subjetivos y no fundamentados, por tanto, no han pasado por el filtro de la idoneidad y seguramente, y muchas veces, no son comerciales (salvo excepciones, claro está).
Idoneidad objetiva
La validez comercial de un logotipo, como de cualquier objeto a diseñar cumple una serie de requisitos objetivos que los profesionales del diseño habremos tenido en cuenta a través de un pliego de condiciones. Una vez cumplido ese guión, el cliente puede estar completamente seguro de que hemos actuado equilibrando las pretensiones de él con las tendencias del mercado, dando como resultado las propuestas diseñadas.
Para concluir expondré lo siguiente: mis diseños no van dirigidos a mi cliente, sino más bien a sus propios clientes, a los que van a comprarle su producto o servicio. Aquellos diseños que únicamente intentan seguir los gustos personales de alguien, fracasarán estrepitosamente, pues detrás del titular de «eso es lo que me gusta a mí» hay enmascarado un egoísmo intrínseco y un gran descuido hacia quienes va dirigido ese diseño: a todos.